viernes, 18 de mayo de 2018

RAJMANINOV en un cuento de ROBERTO BRIONES ( RAJMÁNINOV Rapsodia sobre un tema de Paganini Opus 43, Variación N°18, Andante Cantabile.)



Estoy casado hace treinta años y  separado desde hace nueve de una mujer hermosa, seria y severa. Profesional de éxito, sus colegas abogados tiemblan cuando la tienen de contraparte. Filántropa, directora de varios centros culturales y amiga de la ópera. Comparto con mi legítima esposa la misma casa, el desayuno, el diario y el placer por la música. Hacemos vida social normal con los amigos de siempre y la parentela que tenemos  por ambas familias. Vistos desde afuera, parecemos un matrimonio ejemplar. Sin embargo, nuestra cara privada es distinta. Vivimos juntos en una forma civilizada pero nunca más volvimos a tocar ningún tema personal. Vivo sumergido en mis audífonos y en las rapsodias. En particular la de  Rajmáninov.

- Bárbara; si me llama alguien, estaré hasta el domingo en Buenos Aires. Llego después de almuerzo. Viajo en LAN a las doce, al Congreso Latinoamericano de Oncología. El simposio termina el jueves pero me quedaré dos días más para asistir a “Madame Butterfly” en el “Teatro Colón” y el sábado veré el Boca - River. Chao.

En Buenos Aires hay huelga y a duras penas pudimos terminar el congreso. La capital prácticamente se detuvo. Los agricultores bloquearon con sus tractores las vías de acceso; los choferes de la locomoción colectiva, los taxistas y los colectiveros fueron a la huelga y se tomaron las principales avenidas.
Llegué a Santiago tres días antes de lo previsto. Anochecía cuando llegué a mi casa. Un viejo Peugeot 404 color verde horrible bloqueaba la entrada de la casa. Será del jardinero o de algún gasfiter, pienso algo molesto. La planta baja de la casa está en penumbras y en completo silencio pero junto con cerrar la puerta oigo ruido de movimiento de personas en la sala de estar.

-  ¡Están robando! Son los del Peugeot!  Pienso y entro decidido a enfrentar a los maleantes. Sí, están robando, me están robando, es un robo despiadado. Grito. No sé qué grito.
Los ladrones se levantan y tratan de distanciarse el uno del otro. Avanzo, ellos tiemblan, están asustados, semidesnudos y tratan ridículamente de cubrirse con sus manos.  Es mi mujer y su amante de turno.

Ardo de rabia y algo indefinible me quema por dentro. ¡Qué hermosa es, Dios mío!, musito en silencio. Su pecho es aún magnífico y su vientre casi plano todavía. Que bella está. Contemplo  sus caderas poderosas  que se han ensanchado  y redondeado ligeramente desde aquella distante última vez en que me perdí en su inmensidad. Siento un deseo imperioso de arrodillarme, de abrazar su cintura y hundir mi rostro en su vientre, sentir en mis mejillas su piel de diosa – mujer. Levanto mi mirada ¡Cuánto te quiero! descubro de repente. ¿Cuándo te perdí, Dios mío? ¿Fui yo, el primero en dar vuelta la espalda? Perdona si lo hice. Perdón por escuchar hipnotizado a la pianista rusa y perderme tantas noches entre el vodka y  Rajmáninov. Perdóname amada, amadísima mía.

Miro ahora al ladrón. Sé bien quién es, porque me lo han presentado tantas veces. Él es el hermoso ingeniero, el misterioso, el de la voz de violoncello, el que declama a Bécquer. Lo miro sin disimulo y trato de descifrarlo. En realidad es bastante buen mozo y  tiene un aire de caballero castellano. Su mirada es tierna y triste como la mía y en realidad se parece mucho a mí, más aún, es como un clon mío cuando tenía treinta y cinco años. Bien vestido parecería un príncipe. Entonces rompo el silencio y digo las palabras más estúpidas que nadie puede haber pronunciado jamás ante situación semejante:

- ¿Por qué no prendieron la calefacción? Se van a resfriar con este penetro. Vístanse, abríguense. Y tú, ¿Cómo te llamas, muchacho?
- Gabriel, señor.
- ¿Eres ingeniero civil?
- Ingeniero de ejecución no más, señor.
- ¿De qué universidad?
- Del Instituto de Ciencias de Ejecución e Informática?
- Qué lástima. Gabriel, dime ¿Es verdad que te gusta Bécquer?
- Sí, señor. Me encanta.
- Gabriel, ¿Qué es poesía? le pregunto.
- ¿Qué es poesía? ¿Y tú me lo preguntas?  Poesía... eres tú.     

No me sorprende la respuesta de Gabriel, más bien la estaba esperando. No es tonto este muchacho, tal vez un poco siútico pero es hermoso como un clavel.

- Bien, Gabriel. Tenemos harto trabajo por delante. Puedes llevarte todos los libros que quieras de la biblioteca. Encontrarás a Pablo. Te encantarán Gonzalo Rojas, Oscar Hahn y Delia Domínguez, entre los nuestros. También te fascinarán, estoy seguro, Proust, Stendhal y Poe entre los universales.

Vuelvo mi mirada hacia los ojos azules profundos y asustados de mi legítima esposa, que van cambiando a cómplices y me ha parecido advertir una sonrisa en sus labios. La misma que tantas veces auguró el más apasionado de los besos. Miro su cuerpo que tirita no de frío ni de miedo sino de esa otra cosa que creí muerta para siempre en el hielo de este palacete.

-   Negra.  Negrita, abríguese, mi amor. Tú también, poeta. 
Suban al segundo piso y vístanse de noche. 
Usted, Barbarita, póngase el vestido negro  de Rubén Campos que le queda estupendo y préstele a Gabrielito una camisa, una corbata  y una chaqueta azul de las mías. 
Yo me voy ahora y los espero en “Le Club”,  en media hora más,  con tres  Martinis secos en copas de cristal congeladas, como los que tomamos en el “Chez Gerald” esa noche de verano del 66' en que llovió como  en el peor de los inviernos. ¿Se acuerda Barbarita?

Habíamos salido con su prima Andrea, tan parecida a usted entonces y jugando con el peligro. Ustedes dos llegaron vestidas exactamente iguales, preciosas e idénticas. Después del primer brindis por la vida y el amor, intenté descubrir quién era Bárbara y quién era Andrea.  Lo conseguí recién al día siguiente cuando la luz de la mañana entró por el ventanal de la pieza del Hotel Miramar, donde terminamos nuestra noche brava. Los dorados rayos de sol iluminaron a  nuestros tres cuerpos desnudos y pude reconocer entonces, esa marca de amor que está ahí entre los pechos suyos señora, hecha por mi boca una tarde de otoño en el caserón de Agua Santa cuando  usted me entregó por primera vez su cuerpo, su alma y su corazón.

(Fragmento de un cuento de Ícaro; Roberto Briones)